‘Amigos imaginarios’ nace con la intención de ser pura magia, pero su humor blanquísimo la hace apta solo para el público más naíf

'Amigos imaginarios' nace con la intención de ser pura magia, pero su humor blanquísimo la hace apta solo para el público más naíf

Estados Unidos vive fascinado por los amigos imaginarios. Es una especie de obsesión yanqui que puede ser rastreada hasta, por ejemplo, los tiempos de ‘El invisible Harvey’, y que en otros países se reviste de simple fantasía. Por ejemplo, ‘El viaje de Chihiro’ o ‘Mi vecino Totoro’ dejan que Ghibli juegue con la idea de la imaginación infantil como manera de sobrellevar el trauma, pero en Estados Unidos crea tanto furor que incluso se han creado series de televisión y cine de terror basados exclusivamente en ese concepto. Y ahora, John Krasinski viene a enfatizarla en una película con tan buenas intenciones como completamente vacía.

Imagina qué podría ser

Normalmente me encanta cuando una película juega con mis expectativas, pero lo de ‘Amigos Imaginarios’ es algo que me ha pillado totalmente fuera de banda, como ir esperando un drama de la II Guerra Mundial y encontrarte un alegre musical. Y es que una película con Ryan Reynolds de protagonista, las voces de Steve Carell o Phoebe Waller-Bridge y dirección de John Krasinski promete una locura canalla divertidísima que subvierta todos los tópicos, ¿no? Sobre el papel está bastante claro.

A su manera, es exactamente lo que hace: subvertir todo lo que pensábamos que nos íbamos a encontrar para mostrar la película más blanca posible, que evade muy conscientemente el gamberrismo para mostrar una inocencia excesivamente forzada que trata de recordar al Amblin de los 80. Eso sí, por el camino se olvida de que han pasado 45 años desde el nacimiento de la productora y la magia como la que se mostraba en sus películas ya no se puede manufacturar tan fácilmente.

Curiosamente, ‘Amigos Imaginarios’ funciona mejor cuanto más se aparta del humor y la fantasía. Es más, Krasinski sabe cómo hacer brillar unas escenas hospitalarias que, con ese mismo guion, podrían parecer de un melodrama prototípico, gracias a unas actuaciones brillantes y un carisma que utiliza a la perfección. El problema es que es solo el revestimiento de una confusa historia sobre personajes imaginarios a punto de desaparecer si los niños de entonces no vuelven a recordarles. Y si creéis que habrá algún giro inesperado en esta trama telegrafiada, estáis profundamente equivocados.

Krasinski no tiene quien le diga que no

El gran problema de ‘Amigos imaginarios’ es que da la impresión de que John Krasinski tiene tanta carta blanca después de las dos películas de ‘Un lugar tranquilo’, de robarnos el corazón en ‘The office’ y de convertirse en el salvador mediático de la pandemia con su ‘Some good news’, que nadie se ha atrevido a decirle que, en su esfuerzo por hacer una película que pudieran ver sus hijas, se ha olvidado de añadir a la masa una pizquita de picante para que no quede blanda, previsible y aburrida.

Amigos

La salvación de la película podrían ser los amigos imaginarios en sí, porque con esta idea cabe cualquier tipo de diseño y abre mil posibilidades: animaciones locas a lo Looney Tunes, violencia de dibujos animados, dibujos hechos por diferentes artistas, feísmo al estilo ‘Smiling friends’… Incluso podría tener una hoja de ruta en ‘Foster, la casa de los amigos imaginarios’ (de la que es profundamente deudora). Sin embargo, el resultado es profundamente aburrido, con algunos diseños de personajes literalmente calcados a los de ‘El maravilloso mundo de Gumball’ (pero sin su brutal anarquía) y otros tan genéricos que no permanecerán en tu memoria durante mucho tiempo.

Viviendo en la época en que los niños ven ‘Hora de aventuras’, ‘Gumball’, ‘Steven Universe’, ‘Teen Titans Go’ o ‘Gravity falls’, series que incitan a la creatividad, la locura, la diversión sin complejos, la rapidez y el retorno al cartoon, la impasibilidad creativa y en sus diseños de los personajes animados de ‘Amigos imaginarios’ es deprimente. Se puede volver al (supuesto) candor de los 80 sin cubrir de aparente humor blanco extremo una película que acaba tratando temas demasiado adultos para los niños pero con un tono demasiado infantil para los adultos. Es una pena.

Imaginarios

El espía que llegó de la imaginación

Nos queda alguna brizna de lo que podría haber sido ‘Amigos Imaginarios’ si hubieran dado rienda suelta a su potencial con personajes como el espía (sacado sin tapujos de ‘Spy vs Spy’) o el amigo invisible, que ofrecen un humor slapstick que la película necesita de manera urgente como manera de evadirse del drama hospitalario genérico -pero funcional- y la aventura infantil tan intrascendente como mágica.

Krasinski intenta con tantísima fuerza crear magia y hacer un nuevo clásico infantil que su fracaso al hacerlo es aún más notorio. Nadie puede negarle el esfuerzo, pero ni el casting era el adecuado (tanto talento desperdiciado) ni sabe cómo utilizar la cámara y la música de Michael Giacchino para conseguir que su historia se convierta en puro encanto. Es tan post-irónica que se ha olvidado por completo de que, incluso en esta revolución narrativa, el público de ahora no es inocente… y que, de hecho, nunca lo fue. No hasta este punto, al menos.

‘Amigos Imaginarios’ es el borrador de una película mejor, que da en el clavo en los momentos más sentimentales y la relación padre-hija, pero se olvida de construir una historia coherente alrededor que vaya más allá de lo más básico. Para ello tira de personajes unidimensionales (el niño del hospital, cualquiera de los «If») hasta llegar a un clímax que parece sacado de una parodia. El problema es que no hay intención de parodiar, porque ella misma se ocupa en extirpar cualquier brote de sarcasmo o ironía de esta película con -repito- Ryan Reynolds, John Krasinski, Phoebe Waller-Bridge y Steve Carell. Ver y olvidar, todo es uno.

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La noticia ‘Amigos imaginarios’ nace con la intención de ser pura magia, pero su humor blanquísimo la hace apta solo para el público más naíf fue publicada originalmente en Espinof por Randy Meeks .

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