Crítica: ‘Misa de medianoche’, el terror a la sorda

Mike Flanagan regresa a Netflix con una historia tan profunda como aterradora

(Fuente: Netflix)

Esta crítica se ha escrito tras ver ‘Misa de medianoche’ completa y no contiene spoilers.

Las expectativas estaban muy altas. El creador de La maldición de Bly Manor y de La maldición de Hill House, basadas en obras literarias, había puesto el listón muy arriba y su nuevo proyecto estaba bajo el ojo del huracán. Pasar de la adaptación (Shirley Jackson y Henry james) a la creación absoluta desde la nada era un desafío que el director estadounidense tenía en el alero desde tiempo atrás. Desde Before I wake, en el 2016, e incluyendo El juego de Gerald y Doctor Sueño, los éxitos de Flanagan son adaptaciones y Misa de medianoche era un reto capital para el bueno de Flanagan. Una miniserie de siete capítulos, a razón de una hora más o menos cada uno, donde implementa una suerte de El misterio de Salem´s Lot, La Niebla o La tormenta del siglo trufado de profundidad dramática y un terror tan severo como sutil.

Mike Flanagan nos presenta un mundo claustrofóbico al aire libre, donde una comunidad pequeña y religiosa vive en una isla, Crockett Island, separada del continente, a unos 30-40 kilómetros, cuyos integrantes sobreviven con sus miserias, esperando que los días venideros sean mejores. En este universo, la dramatis personae es de lo más variopinto. Desde el borracho impenitente hasta la puritana fanática, pasando por la médica atea, una familia con una hija en silla de ruedas y apurada económicamente, otra cuyo hijo mayor regresa de la cárcel, una mujer embrazada psicológicamente, un sheriff musulmán con problemas familiares… Y todos gobernados espiritualmente por un cura que no ha regresado de un viaje personal. La comunidad está huérfana hasta que llega el padre Paul (Harnish Linklater), un sacerdote joven cuyos aires renovados impregnan a la isla y sus habitantes.

Sin ánimo de spoilers, porque sería casi un delito, la comunidad se hace eco, motivada por la necesidad, de las enseñanzas del padre Paul en sus sermones. Llega a la isla Riley (Zach Gilford), recién salido de la prisión por un accidente mortal, cuyos remordimientos le llevan a confesarse con Erin (Kate Siegel), que vuelve a Crockett Island para reencontrarse consigo misma; ambos buscan la redención al amparo de una iglesia que vende y obra milagros. Porque el primer milagro no se hace esperar en Crockett Island, cuando Leeza (Annarah Cymone), impelida por el padre Paul, abandona la silla de ruedas en la que está postrada desde siempre y camina ante una parroquia tan perpleja como necesitada. Este es el detonante para que Bev (Samantha Sloyan), la acólita fanática, reviva la iglesia y ejerza el poder en la sombra. Mientras, la doctora Gunning observa cómo su anciana madre, Mildred (Alex Essoe), rejuvenece por días. Y todo gracias a un brebaje que sirve en misa el padre Paul cuya procedencia es angelical…

Flanagan desarrolla la miniserie en este caldo de cultivo. No esperen horrores preternaturales, ni las viejas máximas del género (susto, música y música y susto). Tampoco aguarden ritmos trepidantes ni persecuciones sangrientas, ni sombras agrupándose en los rincones, ni diálogos cortos y abruptos, ni roles maniqueos con destinos manifiestamente opuestos. El terror de Misa de Medianoche entronca con el ser humano y su podredumbre y eso, créanme, es mucho más devastador. Cuando la comunidad de Crockett Island se arremolina en torno al padre Paul y sus sermones, no buscan la salvación espiritual de una vida en el más allá llena de parabienes, sino que buscan la salvación terrenal enmascarada en una religiosidad que naufraga por una cuestión bien simple: la condición humana. Y esa es la clave de un terror tan sordo como sutil: la descomposición de las almas que creen en la salvación eterna antes del fin.

Desde el primer capítulo, Génesis, hasta el último, Apocalipsis, asistimos a un descenso a los infiernos lento y pausado en los cinco episodios iniciales, que se acelera en los dos últimos; sin embargo, a pesar de esa aceleración final, la miniserie alberga una quietud absolutamente inquietante. Una calma tensa que, como una espada de Damocles, pende sobre la narración, de tal modo que vives una constante espera que se ve recompensada algunas veces, pero otras no, y esa incertidumbre juega a favor de la ansiedad por querer saber más. Cada capítulo se cierra con un golpe sobre el tablero rotundo y angustioso y si le sumamos una banda sonora (The Newton Brothers) lúgubre y onerosa, unos diálogos sumamente reveladores y cargados de profundidad, que desvelan los sufrimientos inherentes de cada uno de los personajes en la búsqueda de la conciliación, y una crítica acerada al binomio poder-religión, nos encontramos con una serie de terror en absoluto al uso. Pero créanme, ni falta que hace. Por eso es tan buena.

‘Misa de medianoche’ está disponible en Netflix.

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