El dolor, la familia y el miedo como marcas de una temporada de transición
Esta crítica se ha escrito tras ver la temporada 2 de ‘Servant’ completa y contiene spoilers.
Como dice el dicho, no hay dos sin tres, y esto significa que tendremos tercera temporada de Servant. Y me apetece mucho porque el final de la segunda temporada es un aviso para navegantes (o al menos yo así lo estimo) donde se acercará al final de la serie y donde, y esto es un deseo más que una intuición, nos explicarán con detalle qué subyace bajo la casa y la trama. La segunda temporada es un tanto tramposa, sí, pero el género de terror suele serlo con asiduidad, lo que tampoco es reprochable; siempre que abordas un producto de este género sabes que hay algo que no cuadrará, que chirría, que… Los universos fantásticos, como es el caso, o los compras o desechas, no hay medias tintas.
Advertido esto, la serie producida por M. Night Shyamalan y creada por Tony Basgallop, en su segunda temporada presenta tres partes bien diferenciadas. Una nueva presentación del universo, con las transformaciones del matrimonio Turner, y que comprende desde el primer al tercer capítulo; una segunda parte, desde el cuarto al séptimo, que pretende -y no consigue- mantener el interés en la subtrama de Uncle George (Boris McGiver), inmenso el actor por otro lado; y los últimos tres capítulos donde se desentraña con un espectacular broche final una pequeña parte de las incógnitas, pero con un cliffhunger brutal. Como dicen los integrantes de la Iglesia de los Pequeños Santos, vayamos por partes.
La familia Turner, compuesta por Dorothy y Sean, sigue empeñada en recuperar a Jericho, su hijo fallecido (lo del nombre no tiene nada de casual, créanme) y para eso cuentan con la colaboración de Julian, el hermano de Dorothy, cada vez más pasado de vueltas. Después de localizar a Leanne, la artífice de la vuelta a la vida en la primera temporada del pequeño, deciden encerrarla en la casa, con el objetivo de intercambiarla por el pequeño, desaparecido de nuevo. El regreso de Uncle George a la casa con sus rituales tan poco ortodoxos y unas promesas que en ningún momento determinas si puede cumplir, complica la misión de los Turner. Es entonces cuando Leanne adquiere un papel que ni siquiera intuyes y se convierte, casi a la sorda, en el verdadero eje de la trama.
Sin entrar en spoilers, la segunda temporada apuesta por el dolor. No solo el dolor de una madre que quiere recuperar a su pequeño, cueste lo que cueste y haga lo que tenga que hacer; también se recrea, con mucha mala leche, en los procesos de desestructuración de una familia. Así, desde la relación cada vez más complicada entre el propio matrimonio, hasta la celebración navideña, con el padre de Dorothy y Julian y su novia, pasando por las propias carencias afectivas que padece Leanne (su búsqueda constante del cariño en los Turner o en el propio Julian), o esa suerte de caída faustoniana que vive y sufre el propio Julian. Y todo esto enmarcado en una casa que ejerce una hipnosis constante en el espectador, donde un extraño magnetismo provoca por igual seducción y rechazo.
El cínico y, en ocasiones, negrísimo sentido del humor es otra de las marcas de la temporada. Es inevitable sonreír con el negocio improvisado de las pizzas que los Turner, con Julian como escudero, montan en el capítulo tres para poder acceder a la casa donde han localizado a Leanne. De igual modo, es inevitable no reír cuando en el último capítulo un vídeo de VHS revela uno de los rituales clave de la Iglesia de los Santos Pequeños (no les quiero ni contar cuando reproducen, a modo de ficción, los pasos del propio ritual). En todos los episodios, de una manera muy estudiada, hay pequeños oasis humorísticos. Así, esa constante establece un código donde el miedo y la sonrisa se solapan, produciendo una confusa relación entre la locura que alberga la casa y sus habitantes y la cordura del propio espectador.
Si la primera y última parte de la serie me resultan brillantes, la fase intermedia de cuatro capítulos adolece de ritmo y cae en ciertas repeticiones que no alimentan nada la trama. Idas y venidas con el encierro de Leanne y la presencia de Uncle George que desproveen el sentido prístino de la historia, ya sea porque no se explica o bien porque no tiene explicación y es un “relleno”; hay una sucesión de situaciones donde el sentido común brilla por su ausencia y uno se pregunta si no es una manera más de llegar a esa cuota pactada de diez capítulos. Las grietas del sótano, la decoración del ático donde está encerrada Leanne, la herida de la mano de Sean, por ejemplo, dejan demasiados interrogantes abiertos.
Con todo, y al margen de ese hipnotismo que nos provoca la casa y el futuro del pequeño Jericho, es una delicia disfrutar de las interpretaciones. Laure Ambrose, como Dorothy, en su lucha constante por recuperar a su hijo, abnegada e incontrolable; Rupert Grint, como Julian, superado por la situación y el dolor de su hermana, excesivo y ciclotímico; Toby Kebbell, como Sean, único garante de la cordura en la familia; el ya citado Uncle George; y una Nell Tiger Free, como Leanne, dual, ambigua, aterradora en ocasiones y adorable en otras, una joya. Pero no me olvido de la tía Josephine, Barbara Sukowa, que hará las delicias de los amantes del género en el décimo capítulo.
Como conclusión, la segunda temporada de Servant es una trampa deliciosamente urdida y que, da la sensación, preparada para la traca final. Si la producción mantiene la premisa de seguir con Julia Ducornau, Lisa Brünlmann, Isabella Eklöf, y Ishana Night Shyamalan como principales directoras de la serie, proseguir con la música de Trevor Gureckis y la mala leche de Basgallop, la próxima temporada promete. Ya saben, se avecina una guerra y el campo de batalla va a ser la casa…
‘Servant’ está disponible en Apple TV+.