El sistema de telegrafía Morse, que se llama así en honor a su creador Samuel Morse, supuso el comienzo de la comunicación instantánea, mucho antes de los smartphones, las redes sociales e Internet. El primer mensaje que se envió con este método comunicativo fue hace 179 años y era una cita bíblica del IV libro de la Biblia, Números, 23:23: «What hath God wrought!» (‘¡lo que ha hecho Dios!’ en inglés).
El germen de la idea
Su inventor estudió filosofía religiosa, matemáticas y veterinaria equina en Yale College en New Hacen (Connecticut), la actual Universidad de Yale, graduándose en 1810. Su verdadera vocación era la de pintor y llegó a ser presidente y fundador de la Academia Nacional de Dibujo en 1826. Sin embargo, si por algo ha pasado a la historia, ha sido por crear el primer sistema de comunicación instantáneo.
Morse nació en Boston (Massachusetts), pero también viajó bastante a Europa por su interés en la pintura. En uno de sus trayectos, coincidó con Charles Thomas Jackson, un médico e inventor, interesado en los avances sobre electricidad y que le habló de los experimentos de André M. Ampère con electroimanes. Ahí surgió la idea de construir un telégrafo, ya que Morse pensó que un impulso eléctrico tenía la posibilidad de moverse a través de un alambre.
Cuando Morse llegó a Estados Unidos plasmó su idea diseñando una estructura basándose en un emisor, que abría y cerraba un circuito eléctrico, un receptor, que empleaba un electroimán que grababa la señal, y un código, que transcribía dicha señal a través de símbolos que representaban letras y números.
Las ayudas que Morse recibió
Más adelante, ya en 1836, Leonard D. Gale, profesor de química de la Universidad de Yale, se interesó por el proyecto de Morse y lo puso en contacto con el físico Joseph Henry. El inventor enseñó su diseño al experto que le ayudó a entender mejor el electromagnetismo para seguir con el mismo.
También tuvo la ayuda de Alfred L. Vail, un antiguo alumno de la universidad, que se interesó por los experimentos que Morse estaba haciendo. El padre de este exestudiante era dueño de una fábrica de productos metalúrgicos y les proporcionó un taller en el edificio para que pudiesen trabajar en mejorar el telégrafo.
En 1837, Morse y Vall crearon una sociedad y lograron tramitar la patente de la tecnología que estaban desarrollando. El acuerdo firmado en septiembre de ese año detallaba que Vall obtendría el 25% de los derechos, pero que en los documentos solo estaría el nombre de Morse, que era quien había estado desde el inicio trabajando en el proyecto.
En búsqueda de una financiación que tardó en llegar
Un año más tarde crearon el conocido código Morse, de puntos y rayas (que revisarían en 1844). Con este lenguaje especialmente pensado para el telégrafo, ofrecieron una demostración pública en la Universidad de Nueva York. Después, trataron de buscar apoyo político y financiero en EEUU, sin mucho éxito. Morse se hizo amigo del congresista Francis OJ. Smith, con el que viajó a Europa, con el objetivo de patentar su producto en otros países y tratar de convencer a distintos gobiernos de su instalación. Tampoco hubo suerte.
Pasó el tiempo y, en 1843, el Congreso de EEUU por fin aprobó una cesión de 30.000 dólares para que Morse crease la primera línea telegráfica, entre Washington y Baltimore. En un principio, trataron de llevar el cable bajo tierra, pero los problemas constantes con el aislamiento les obligaron a probar a instalar la línea a través de postes.
La instalación finalizó en 1844 y, el 24 de mayo de 1844, Morse pudo demostrar que su proyecto había merecido la pena. Este hito de la historia de las telecomunicaciones no fue el final del trabajo del inventor, puesto que siguió perfeccionando su tecnología con un nuevo tipo de registrador y un manipulador telegráfico para la transmisión.
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