¿Se han vuelto locos en Nueva Zelanda o confían ciegamente en la historia que les reportó un éxito viajero sin precedentes?
Todavía no hemos tenido la oportunidad de llevarnos una imagen a los ojos, ni hay una fecha de estreno prevista, pero El señor de los anillos se ha convertido en una de las producciones protagonistas de esta semana porque, tal y como estaba previsto, parece dispuesta a hacer historia en el universo de las series de televisión. Y lo va a conseguir por razones económicas. Concretamente por 465 millones de dólares, la cifra que reveló Stuart Nash, Ministro de Desarrollo Económico y Turismo de Nueva Zelanda, en una entrevista con la que trataba de calmar la tempestad que había provocado que se haya trascendido que el ambicioso proyecto de Amazon Series ha recibido mayores incentivos de los que estipula la ley.
Sharon Tal Yaguado, que era la encargada de las producciones dramáticas de la compañía hasta 2019, ha desmentido en Twitter la cifra de la que se hicieron eco todos los medios especializados. Pero el escándalo ya estaba servido, especialmente en suelo neozelandés porque con el cambio de la bonificación del 20% al 25%, y el supuesto presupuesto que se ha hecho público, el país devolverá a la producción unos 116 millones de dólares solo por la primera temporada.
Entre los que han puesto el grito en el cielo está el propio Banco Central del país, que ha señalado que la operación supone un “serio riesgo fiscal para el país”. Otros se escandalizan porque un país tan pequeño se haya prestado a ser tan bondadoso con una de las empresas más poderosas del mundo, que probablemente tenía más que seguro que el rodaje se iba a llevar a cabo en Nueva Zelanda. Allí ha creado ya 1200 empleos directos y 700 indirectos relacionados con la producción, una cifra nada desdeñable teniendo en cuenta las dificultades por las que han pasado rodajes de todo el mundo por culpa de la pandemia.
Ahora viajemos veinte años en el tiempo. En 2001 se estrenó en cines de todo el mundo El señor de los anillos: la comunidad del anillo, la primera de las tres películas basadas en la novela homónima de J. R. R. Tolkien. Todas ellas se encuentran entre las treinta películas más taquilleras de la historia pero, más allá de lo que supusieron cinematográficamente, la creación de Peter Jackson fue pionera en un fenómeno que se ha seguido desarrollando y creciendo a lo largo de todo el siglo XXI: el turismo audiovisual.
En los cinco años posteriores al estreno de la primera película el número de turistas que visitaron Nueva Zelanda creció un 40%. En 2019, el último año con turismo realmente evaluable, una de cada cinco personas que visitaban el país reconocían que lo hacían por la trilogía. Y uno de cada siete neozelandeses trabajaban en la industria del turismo, que supone casi el 6% del PIB del país, casi doce mil millones de dólares. Tras el estreno de las películas ya hubo quien las calificó como “el mejor anuncio no pagado de Nueva Zelanda”, aunque en 2012 el New York Times publicó un artículo en el que se afirmaba que la trilogía producida por New Line Cinema se había llevado 150 millones de dólares en beneficios fiscales. Y tampoco tardó en saberse que el país había construido infraestructuras expresamente para la trilogía, con el fin de hacer más fácil el rodaje.
De este baile de cifras se pueden extraer varias conclusiones, pero hay una que es innegable. Desde que viajar es relativamente asequible para el ciudadano medio convertir un país en un plató de rodaje es una inversión que aporta beneficios instantáneos, con la creación de empleo, y a largo plazo, a través del turismo. Con todo lo que ello implica, desde plazas hoteleras al alquiler de coches, pasando por la hostelería, los guías locales o las telecomunicaciones.
El efecto de la trilogía de los anillos en Nueva Zelanda demostró que más allá de los emplazamientos audiovisuales clásicos, como Nueva York, Londres o Los Ángeles, se podía llegar al posible visitante a través de una serie o una película. Y en los últimos años han tenido la oportunidad de corroborarlo en lugares tan dispares como Escocia, gracias a Outlander, Nuevo México, de la mano de Breaking Bad o, más recientemente, Irlanda del Norte con Juego de Tronos. Éxitos turísticos que estuvieron precedidos por jugosos incentivos a los rodajes, e hicieron posible que, por ejemplo, Walter White se convirtiese en Heisenberg en Albuquerque y no en Riverside (California), como estaba previsto inicialmente.
Con la serie de Amazon Studios Nueva Zelanda quiere volver a saborear las mieles del éxito turístico vinculado a un producto audiovisual que despertaron la envidia mundial. Y si con una trilogía recogieron las cifras ya mencionadas, supongo que al negociador de turno se le puso el símbolo del dólar en los globos oculares cuando pensó en el poder movilizador de una producción que alcanzará el doble de años, tendrá un mayor metraje y se estrenará en una de las plataformas de streaming más potentes a nivel mundial en plena fiebre por las series.
Preguntarse cómo reaccionaríamos si nuestro país devolviese semejante pastizal a una empresa como Amazon es hacerse trampas al solitario. Porque la industria audiovisual neozelandesa no es comparable con la española y porque nosotros no estamos situados geográficamente en mitad de la nada, en el océano Pacífico, a dos mil kilómetros del país más cercano, Australia. Para que los turistas de medio mundo se decidan por incluir Nueva Zelanda entre sus destinos tienen que tener dinero pero también una buena razón. Y mucho más poderosa que una campaña de marketing siempre será una serie de televisión que adapta una de las novelas más conocidas de la historia y se emite a nivel mundial. Si con semejante dispendio resulta verdaderamente rentable solo el tiempo lo dirá.