Las producciones españolas, a diferencia de las anglosajonas, demuestran poco interés por temas como el racismo o la trata de personas
Con la calidad de la ficción española avalada por premios internacionales, respaldada por audiencias globales y apoyada por compañías extranjeras, parece innegable que la industria nacional atraviesa un gran momento, impensable para muchos hace unos años. Sin embargo, a la hora de analizar las series sobre las que se ha construido ese éxito es difícil no sentir cierta envidia de otras industrias en las que, además de entretener, la ficción tiene ganas de contar historias de corte social; esas que se adentran en realidades tan reconocibles como el racismo, la desigualdad social, los abusos sexuales o la trata de personas.
Alba puede ser una excepción a la evidente ausencia de creaciones españolas que tienen como eje central un problema que está presente en la sociedad, pero que puede no resultar agradable para el espectador que se plantea las series como un entretenimiento. Esta carencia creativa contrasta con la enorme facilidad que, por ejemplo, tienen las series británicas para mirarse en el espejo de su Historia y proponer al espectador producciones que son reales, pero también difíciles porque precisamente quieren ajustarse a la realidad por muy incómoda que sea. Cualquiera que haya visto La infamia (Three Girls) sabe de lo que hablo, aunque también quienes se hayan acercado a ficciones estadounidenses como Así nos ven o Creedme.
Para conocer mejor las causas por las que las series españolas parecen más interesadas en entretener que en concienciar, hemos hablado con dos guionistas españoles que desde hace más de una década escriben ficción para la pequeña pantalla de nuestro país. Ángela Armero, que ha trabajado en La valla, Seis hermanas o Velvet entre otras, opina que «tradicionalmente sí» es complicado escribir series que profundicen en los problemas reales de la calle, aunque señala que «eso está cambiando bastante y depende mucho del cliente. Creo que a las televisiones generalistas, como tienen mucho que ver con los anunciantes, no les interesan temas sociales o que tengan una raíz política, porque eso siempre divide. Los temas sociales casi siempre tienen un reflejo político, la prostitución tiene un eco político, el racismo tiene un eco político, siempre hay una división de opiniones».
Natxo López, creador de Perdida y guionista de producciones como Caronte, Allí abajo o 7 vidas, apunta por su parte que «estos temas sí que tienen presencia en nuestra ficción, pero tengo la sensación de que es como un aderezo. Tienes una serie en la que hay una trama secundaria con un personaje que sufre racismo o una chica a la que acosan en el trabajo. Eso sí que está, y está en parte por el empeño de los guionistas. Pero lo que me falta, que sí que hace la ficción anglosajona, son producciones en las que eso sea el germen de la historia». Esta ausencia la achaca a «cierta reticencia a meterse en temas complicados» porque existe la sensación de que «pueden ser menos demandados por el espectador», pero también porque «no es el tipo de serie que mejor ha funcionado en España, la ficción española viene de otro sitio». Para el creador, antes de la llegada de las cadenas generalistas, «en la época dorada de TVE» había «algunas historias que se adentraban en la realidad social del momento», una tradición que apenas ha existido en las tres últimas décadas. «Creo que hay», señala, «una sensación de que no sabemos hacerlo o nosotros mismos no tenemos el impulso de proponerlo porque creemos que no se nos va a comprar».
Dinero, sensibilidades y protestas
Para Armero, que próximamente estrenará en TVE Ana Tramel. El juego (una serie sobre la ludopatía y «las empresas que convierten la debilidad de la gente en dinero»), «la disposición a tratar temas sociales tiene mucho que ver con el riesgo que está dispuesto a asumir la cadena, la plataforma o la empresa. No es tanto el tema moral, sino el riesgo económico o los problemas de imagen». Y añade que aquellas empresas que dependen «del gasto de suscripción están más cómodas asumiendo riesgos porque es un modelo como de un videoclub. Quieres que estén ahí, pagando su cuota del gimnasio. En cambio, a la cadena generalista lo que le interesa es sentar al máximo de gente posible para que los anunciantes estén contentos. Cuanto más al nicho van las producciones también es más fácil asumir esos riesgos».
López también cree que la cuestión económica tiene mucho peso a la hora de valorar la puesta en marcha de una producción porque «lo importante para la gente que es dueña de la industria es ganar dinero. Quizá si ellos consideraran que hablar de determinados temas resulta rentable seguramente lo harían. Hablo de una parte de la industria», matiza, «de la que controla qué producciones se hacen. Luego hay mucha gente, incluso dentro de los productores, que tenemos ese deseo o esa intención y lo llevamos hasta donde podemos».
Armero añade a la relevancia del dinero otros dos factores muy importantes a la hora de poner en marcha una producción con una temática social, especialmente tras la llegada de las nuevas compañías. Por un lado, las plataformas «dependen mucho de quién les trae una historia. Y si hay menos mujeres (creando series) es más improbable que ese tipo de problemas que nos preocupan a las mujeres tengan la misma representación», comenta antes de reconocer que «la sensibilidad respecto a la mujer protagonista y cómo se tratan los problemas asociados a mujeres está cambiando bastante». Pero advierte de que «mientras los creadores de series sean mayoritariamente hombres, temas como el acoso a mujeres tienen menos papeletas de verse representado». Por otro lado, aunque las plataformas no dependan de la publicidad, la opinión de la audiencia sigue siendo relevante ahora que el público «tiene una herramienta muy poderosa para protestar». Y, como sucedió con Antidisturbios, desde las redes sociales se pueden hacer llamadas al boicot.
La audiencia exaltada
Resulta paradójico que tras décadas de avances la industria tenga que enfrentarse ahora a la sensibilidad de una audiencia global que se puede sentir ofendida por ideas muy concretas. Un buen ejemplo lo pone Natxo López, que recuerda que «cuando escribía en 7 vidas, hacíamos chistes de políticos y hablábamos de política y a qué partidos votaba cada personaje. Y no pensábamos, ni pasaba, que eso supusiera un problema para nadie. Hoy en día sería mucho más complicado hacer eso, no solo con la política pero en la política es donde más se nota». Un cambio, a peor, que el creador achaca a que «todo está polarizado y exaltado».
«La gente siempre ha tenido opiniones», menciona Armero, «pero ahora con las redes estamos más en contacto con ellas. Para mi tiene dos caras, lo puedes llamar censura, pero también es verdad que la sensibilidad de los tiempos está evolucionando y eso también puede ser un valor». Para la guionista «los temas de diversidad han evolucionado mucho y eso es más bueno que malo, aunque a mi me pueda afectar en un momento dado. Es un asunto muy complicado, pero como soy mujer y llevo toda la vida intentando escribir personajes protagónicos femeninos que no sean intereses sentimentales, formo parte de esa evolución. Cada uno forma parte de la evolución de la sensibilidad del colectivo que más le representa».
La política
Este año se cumplen diez años del estreno de Crematorio, la serie de Movistar+ basada en el libro de Rafael Chirbes que reflejó como nadie la corrupción política en nuestro país. Sin embargo, y aunque fue fundamental para la industria, la política tampoco es un tema que interese a las cadenas y plataformas en nuestro país. Algo que no tendría demasiada importancia de no ser porque España es uno de los pocos países europeos que no cuenta (y que me disculpe Juan Carrasco) con una producción política de referencia. «Aquí, cuando estaba triunfando Borgen o House of Cards«, recuerda López, «todo el mundo hablaba de ellas y todo el mundo tenía proyectos como Borgen o House of Cards, y ‘queremos el Borgen español’. Y nadie lo hizo, nadie se atrevió, nadie se atreve, no sé por qué». El guionista admite que ha habido proyectos sobre la clase política de nuestro país «y yo también los he propuesto», pero no han conseguido convencer a los responsables.
Armero, que reconoce que también lo intentó, cree que «la política como tal es más delicada que los temas sociales» y recurre al éxito de programas como Al Rojo Vivo para señalar que el interés existe pero «a la gente que decide le sigue dando reparo. Más que la religión, el acoso a mujeres o el racismo lo que les da auténtico pavor es una serie estilo Borgen, y si la hubiera seguro que les daría mucho reparo decir PSOE o PP». Aunque también cree que ese muro creativo, «un poco intangible», depende de quien firme el proyecto. «He intentado hacer algún tema de memoria histórica y no me ha resultado nada fácil», explica antes de comentar que ahora «Sorogoyen va a hacer una serie sobre la Guerra Civil pero probablemente porque es Sorogoyen, porque la llevo yo, o algún guionista más de oficio y no les interesa, porque divide».
Para López, «con las plataformas podría cambiar algo, pero todavía no se ve ese cambio» porque «están yendo a hacer cosas más entretenidas, que están bien en muchos casos, pero que no se están metiendo en el barro». «Los británicos ya hubieran hecho una serie sobre Bárcenas, sobre Felipe González, sobre la corrupción de PSOE en Andalucía o sobre la guerra de Irak. Y aquí, cuando hemos hecho alguna que toca temas un poco delicados normalmente nos quedamos fuera; hicieron una sobre Serrano Suñer que era un culebrón».