Bob Marley, Amy Winehouse, Queen, Los Beatles, Bob Marley… De un tiempo a esta parte, el cine parece haberse enamorado de los biopics musicales, del maquillaje que convierte a los actores en estrellas vivas o muertas y que pueden interpretar las canciones más conocidas de la historia como si fuera una especie de ‘Tu cara me suena’ a gran escala. Sin embargo, entre el maremágnum de proyectos cíclicos y fotocopiados, de vez en cuando sale alguno que brilla con luz propia y sabe captar el alma de esas personas que estaban más allá de la música: es el caso de ‘La estrella azul’.
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Perdí mi apuesta con el rock’n’roll
‘La estrella azul’ es un milagro. Una ópera prima de bajo presupuesto que trasciende su propia identidad y se convierte en una obra repleta de amor, cariño y respeto que, además, consigue romper la cuarta pared de una manera sutil, precisa y única. Y sin dejar de ser nunca un biopic sobre los años perdidos de Mauricio Aznar, el líder del grupo Más Birras, que lo dejó todo cuando, tras un viaje por Sudamérica, descubrió la chacarera.
Mauricio no va buscando nuevos ritmos, sino una nueva vida. Salir del infierno, de la adicción, de su propia cabeza. Y al final, descubre cómo la música es capaz de obsesionarle como nada antes gracias a una persona que asume el rol de profesor, pero que realmente le muestra algo más: una familia elegida, un lugar donde sentirse aceptado, un mundo donde la fama y el dinero son solo conceptos. ‘La estrella azul’ tiene forma de biopic, sí, pero alma de libertad.
Javier Macipe, su director, teje con las manos de un viejo maestro pero crea con el alma de un novato apasionado. Solo de esta manera se puede crear con éxito esta increíble fusión entre ficción y realidad, entre hechos y cuentos, entre la chacarera y el rock’n’roll. Quizá por lo desconocida que es la historia de Mauricio Aznar y Más Birras fuera de Zaragoza, nunca sabes exactamente qué porcentaje de la historia se ha inventado con fines dramáticos y qué porcentaje sale de la vida del cantante hasta que llega un final que, narrativamente, vuela todo por los aires con una aparente sencillez y una profunda amabilidad dignas de ovación cerrada.
Viejo blues del amor perdido, ecos del aliento de su voz
Puede que ‘La estrella azul’ pase de manera sutil e inadvertida por la cartelera española, pero es una de esas obras que serán recuperadas y revalorizadas con el tiempo. Es fascinante, sabe continuamente a chupito de realidad, y sabe esconder las miserias tras las alegrías mundanas que da aprenderse un ritmo olvidado en el tiempo, un baile, una mirada, un amor más o menos correspondido. Pero al final, la vuelta a la realidad siempre es dura, insoportable, irrespirable e injusta. Cuando eres «el de Más Birras», siempre serás «el de más Birras». Y puede ser asfixiante.
Es inevitable contagiarse del casi perfecto maridaje entre música y cine que propone Macipe, aunque nunca en tu vida hayas oído hablar de las chacareras. Aunque nada tengamos que ver con él, nos pondremos en el punto de vista de Mauricio, siempre con la guitarra a la espalda, que se siente una especie de arqueólogo musical, recordando un género olvidado en Latinoamérica que en España ni siquiera se llegó a conocer jamás. Él está convencido de que todos deberíamos bailar al son de la chacarera, y el guion, la dirección y un fabuloso Pepe Lorente, nos convencen a nosotros mismos de que es imposible que aquellos ritmos queden en el olvido.
Como espectadores, ya pocas veces nos sabemos sorprender. En pleno siglo XXI, nos las sabemos todas, creemos conocer a la perfección por dónde van a intentarnos colarnos la escena de melancolía y el momento tierno para completar el viaje del héroe. Sin embargo, ‘La estrella azul’ parece jugar sin reglas, inventándose las suyas propias a lo largo de un camino que lleva de Más Birras a la chacarera, del rock al folklore, de la adicción al amor (y al dolor). La película es emocionante, palpable y real, pero se niega en rotundo a ser, de ninguna de las maneras, un camino de rosas, un tren en una sola dirección o un paraíso de previsibilidad para un espectador consciente de los vericuetos habituales del biopic.
El resultado es una auténtica maravilla de un tipo de cine que conviene apoyar. Ese que camina al margen, que habla desde el corazón, que descubre partes de nosotros que desconocíamos, que sabe cómo recordarnos por qué las películas son un arte vivo y en continuo movimiento, que, en las manos adecuadas, saben soltarse y volar libres. ‘La estrella azul’ es su propia chacarera: una obra que puede que tardes en descubrir, pero que, cuando lo hagas, se convertirá en tu nueva obsesión. No dejes pasar la oportunidad, de verdad, de bailar a su son.
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