Durante un tiempo, de adolescente, soñaba con vivir en Estados Unidos. ¿Cómo no hacerlo? El cine y la televisión (que eran nuestra ventana al mundo antes de Internet) mostraban de manera inequívoca que era la tierra de las oportunidades, un lugar paradisíaco y cuasi-perfecto repleto de palmeras, ciudades donde nunca se ponía el sol y que contrastaba con la realidad de una España que se sentía atrasada y a finales del siglo XX aún arrastraba ribetes rancios heredados del pasado. Sin embargo, el tiempo pasa y descubres que bajo el telón que ocultaba al Mago de Oz hay un país terrorífico que el auge del true crime no ha hecho sino señalar de manera continua. Sin embargo, en ‘Pesadilla de un secuestro en California’ hay algo muy distinto a lo que estamos acostumbrados a ver. Esta no es la historia de un psicópata, sino la del estado que le encubrió a plena vista.
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Fincher, ¿qué hiciste?
El título original de este true crime de Netflix es perfecto: ‘American nightmare’. Porque a lo largo de sus tres episodios se nos muestra una pesadilla pura y absoluta que dinamita directamente el tan cacareado «american way of life» en todos los aspectos. Aquí no se salva nadie: ni la sociedad, ni los medios, ni la policía. Si te ha ocurrido una injusticia, estás a merced de un sistema roto, injusto e inestable al que la verdad le importa más bien poco. Y es terrorífico.
Mientras que la gran mayoría de true crimes optan por explayarse, con todo lujo de detalles, sobre cómo los asesinos se salieron con la suya, o fueron atrapados por la policía tras un duro trabajo, los creadores de ‘Pesadilla de un secuestro en California’ (que también hicieron la notable ‘El timador de Tinder’) prefieren centrarse en algo mucho más impactante: la impunidad de la policía para acusar a un inocente de asesinato, convertir a una víctima en culpable y dejar, entre tanto, a un orgulloso secuestrador completamente suelto. Esta miniserie pone una bomba en la línea de flotación del autoproclamado «mejor país del mundo» y lo hace explotar en mil pedazos sin posibilidad de volver a encontrar todas las piezas.
Y, además, entre la frustración, tiene un lugar para hablar no solo de la responsabilidad de los medios de comunicación, que llamaron «engaño» al secuestro real de Denise Huskins, sino de la influencia de la ficción audiovisual en la mente colmena de la sociedad. Más concretamente, el documental incide una y otra vez en hablar de las similitudes del caso con ‘Perdida’, de David Fincher (que se acababa de estrenar), y un cuerpo policial que se tomó la película no como un thriller, sino como un manual de instrucciones. La historia que habían manufacturado era demasiado interesante como para siquiera cuestionársela.
Sueño amierdicano
Felicity Morris y Bernadette Higgins, las directoras, utilizan para este agobiante bombardeo de malas prácticas todas las herramientas a su alcance: imágenes reales de las cámaras de seguridad, entrevistas a los personajes clave, fragmentos televisivos de las noticias de hace una década cubriendo el caso y, especialmente en su segundo episodio, recreaciones de lo ocurrido. La manera en la que los episodios se nos presentan no puede ser más inteligente: nunca se nos hace dudar de la credibilidad de Denise y Aaron, porque ni siquiera está en entredicho. Lo que nos interesa es por qué, en 2015, sí lo estuvo aunque no hubiera ningún tipo de contradicción en sus testimonios. Culpables por la película que se habían montado.
Hemos visto anteriormente ejemplos de una policía incompetente (especialmente en el muy influyente ‘Making a murderer’) que arrojaban serias dudas sobre la verdad que muchas veces se nos dicta desde los medios. Pero esta miniserie va un nivel más allá, socavando aún más un sistema policial podrido y en el que podemos ver, minuto a minuto, cómo fabrican un relato basado en una película de ficción, lo hacen pasar por real e inamovible, y están a punto de condenar a una víctima de secuestro y violación por mentir… sin pruebas de ningún tipo.
Los dos primeros episodios están colocados a la perfección y suponen una declaración de intenciones por parte de las directoras: el primero narra la odisea policial de Aaron al denunciar que su novia había desaparecido. El segundo, qué es lo que realmente estaba sufriendo Denise mientras la policía decidía enrocarse en la teoría de la pareja asesina. Es cierto que hacia el final de la serie la trama baja varios pistones de manera involuntaria dentro de la inevitable recapitulación de los hechos, pero deja para el recuerdo un par de momentos más para la ignonimia.
No tenía que secuestrarte a ti, perdona
Seas fan o no de los true crime, poco importa. ‘Pesadilla de un secuestro en California’ es mucho más que eso: se trata de una denuncia social contra el relato establecido, la policía americana, los medios de comunicación que manejan a la sociedad y la naturalización de las conductas psicópatas en un lugar tan escabroso como California (si habéis viajado allí, sabréis de lo que hablo). Todo mezclado en una batidora cuyo resultado es un caos que deja con la boca abierta.
Cierto es que al final deja algunas preguntas en el aire que son clave para esclarecer todo lo ocurrido (¿Por qué el secuestrador buscaba a la ex-novia de Aaron? ¿Por qué le obligaron a apagar el móvil en comisaría si el secuestrador iba a llamar? ¿Quién permite que esos policías sigan trabajando?), pero realmente son innecesarias. ‘Pesadilla de un secuestro en California’ no pretende dar luz sobre un misterioso secuestro, sino poner sobre la mesa una de las historias criminales más rocambolescas e indignantes de la historia reciente de los Estados Unidos, donde el secuestrador en sí es tan culpable como los supuestos agentes de la ley.
Y creedme: después de verla, lo de «el país de la libertad» os va a sonar (aún más) a chufla marinera.
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