Comentamos el cierre de la temporada con los puñitos apretados
Hace una semana que acabé de ver El juego del calamar y todavía sigo atorada entre la alegría y las ganas de no dejar títere con cabeza, pero sobre todo de esto último. Los primeros veinte minutos del último episodio son convencionales; no resulta una gran sorpresa que gane nuestro protagonista, aunque es cierto que el pulso donde Gi-Hun no quiere derrotar a su compañero de la infancia y él se sacrifica por nuestro escogido está bien. Es suficientemente dramático para que por sí solo fuera un cierre de consenso que zanjara la historia e hiciera que la serie quedara como flor de un día sin más continuación (o de una temporada, a juzgar por el ruido que está logrando hacer). Pero esta vez Netflix ha optado por un final que hace que el cuerpo nos pida rumba.
Ganar la competición ha roto a Gi-Hun, incapaz de gastar un céntimo de lo ganado, descuidado y deambulando; ese es el retrato que queda de nuestro héroe. Madre muerta, hija mudada y nadie que lo ate a esta vida, ni nada que le dé sentido. Además ha descubierto la verdad: somos títeres en manos de gente cruel. Sin embargo, no podía finalizar aquí la temporada, seguimos sin saber quién, ni por o para qué, y entonces viene el girito, una nota de su gganbu citándole la víspera de Navidad. Y ahí está, que el jugador 001 sigue vivito y coleando, que está en un pedazo de edificio desnudo. ¿Pero qué es este engaño? El tipo no había llegado a decir la primera frase y yo ya me había encendido de ira.
¿Pues no va el señor e intenta despertarnos empatía? «Fíjate en mí, la vida es muy corta». Caballero, demasiado larga ha sido para usted, que le dicen que le quedan unos meses de vida y decide montar un Castillo de Takeshi feat. Los juegos del hambre. Esas cosas no se hacen, hombre. Vale que tenga mucho dinero, que se aburra y que bajar al parque a comer pipas le parezca poco motivador, pero lo que ha hecho está mal. Y no lo ha hecho solo. Porque sí, nos hemos librado de Oh Il-nam en esos benditos segundos en que muere, pero eso no lo monta un único fulano; hay una serie de señores ricos y de gestores a los que les hacía muchísima gracia el juego. Queremos sangre, ¡nos merecemos sangre! Llevo una semana gritando vendetta por casa como si fuera el hijo del actor secundario Bob de Los Simpson.
«¿Sabes lo que tiene en común alguien sin dinero con alguien que tiene demasiado dinero? Que la vida no es divertida para ellos». Pobre niño rico. No, no pretenda venderme el sufrimiento de estar podrido de pasta hasta el punto de poder comprar vidas. Pase usted un par de meses a base de pasta y patata y hablamos del aburrimiento, que no sabe lo animada que es la vida cuando no sabes cómo conseguir 10000 wones, que lo hemos visto y no es envidiable. Que reflexionaron, dice, que todo lo que hemos visto es fruto de una reflexión para encontrar el entretenimiento perfecto, dice que no obligó a nadie. Es que me enfada, me enfada mucho, y lo único que me tranquiliza es verle la cara de flipado que le va quedando a Gi-Hun. Nuestro amigo (qué digo amigo, ¡hermano!) se nos va a lanzar a quemar el mundo, que lo vemos, que le han mosqueado, y yo me apunto a su ilusionante proyecto. Necesitamos una segunda temporada para poder gritarle a la pantalla que le haga saltar ambos ojos a los responsables de este juego del infierno antes de lanzar sus tripas a un estanque.
La perspectiva es terrible, el populacho siendo el juguete del poderoso, pero Gi-Hun cree en nosotros. Todavía queda algo de esperanza, un resquicio que hace que no todo esté perdido, un infiltrado que sabe la verdad y ahora tiene medios. El puñetero 001 ha perdido, su muerte en las campanadas son los instantes más placenteros de todo el episodio y la gota que colma el vaso para que nuestro héroe despierte, cambie su estilo y decida cuál es su finalidad vital. Yo ya me he sumado al ejército que se está montando, vamos a ir sin careta, que nosotros no necesitamos esconder las vergüenzas, y les vamos a dar para el pelo. Ahora solo falta que Netflix nos dé cuartelillo y renueve la serie por una segunda temporada.
‘El juego del calamar’ está disponible en Netflix.