¿Quién no se imaginaba desde el primer episodio de la animación de Amazon Prime Video lo que aguardaba en el último?
«Muy chula», la resume Andrés J. Cremades, uno de tantos seguidores que la han disfrutado. Se pueden dar pocas vueltas más para catalogar Invincible, la serie animada de Amazon Prime Video. El viernes pasado fue el primero en que no tuvimos capítulo de la adaptación del cómic de Robert Kirkman en casi dos meses y, midiéndola con la referencia que mejor puede hablar de una serie en la industria de hoy —esto es, que nos acordemos siquiera de que ha existido a los tres o cuatro días de que acabe—, lo cierto es que la echo de menos.
Hasta las horas postreras de la semana anterior, huérfanas de Invincible no caí en lo reconfortante de volver periódicamente a sus convenciones, manidas hasta el infinito pero tratadas con profundo respeto y perspectiva. Kirkman (The Walking Dead) no se pilló los dedos a la hora de trasladar a la pantalla su propio cómic —suyo y de Cory Walker, a quien nunca se olvida de rendir pleitesía la cartela de créditos— e hizo con el género de los superhéroes, sospechosamente populoso en el último año televisivo, lo mismo que ya había ensayado en las viñetas: recuperar clichés, clichés y más clichés.
No haya vergüenza en destacar que lo que nos fascina de Invincible es precisamente eso, su desparpajo para recontextualizar los discursos que han sostenido en el tiempo la tradición superheroica sin disimular por un instante cuánto los refuerza y perpetúa. Es el juego oculto de los géneros creativos, del lenguaje cinematográfico y de todas las historias que desean hacerse entender entre muchos: dialogar con las expectativas. En unos pocos de esos muchos, como Andrés, he buscado yo también la explicación a que la serie de Amazon haya funcionado. Marcos Escudero, otro espectador, la considera especial por cómo «consigue poner todas estas piezas en el tablero [refiriéndose a los tropos antes mencionados: el Superman loco, el Peter Parker…] y moverlas para crear dinámicas ya vistas pero a la vez nuevas y sorprendentes».
Parecía imposible precisamente eso, que Invincible sorprendiera, y mucho menos con un «giro final [que] se veía venir a la legua», como apunta un tercer televidente, Txema San. ¿Quién no se imaginaba desde el primer episodio lo que aguardaba en el último? Máxime cuando la revelación rompemandíbulas de la coda del arranque de temporada se descubría en el tebeo bastante más avanzada la historia. Txema da con la clave de una serie «un poco génerica» —no he encontrado en mí manera mejor de definirla— que atrapaba por otras vías el crítico Enric Alberto, quien daba cuenta en un tweet de «un giro de guion tan inesperado como inevitable». Quizá por eso vimos al comienzo del primer par de episodios aquella liviana trama edípica de un vigilante de seguridad y su hijo. Para advertir, con el eco de los clásicos, de un último vuelco del miocardio predicho desde el primer agüero, como un fatum imposible de esquivar, pero jamás desprovisto del potencial para el disgusto del rey detective de Sófocles.